Las reescrituras de Leónidas Lamborghini acentúan la pasión paródica, la multiplican y, como ese eterno regreso de reputación filosófica que el poeta ni consulta, la distorsionan. Para lograrlo, el estilo de Leónidas Lamborghini permanece de espaldas. No nos sonríe desde los usos protocolares –ese apretón de manos de los estilos calcificados por la confianza- ni nos asombra a partir del suministro de exactitudes adjetivales que avanzan sobre nosotros con rigor marcial. El estilo subyace, parpadea, gusta de ocultarse. O de mimetizarse. Operación nocturna e iluminada. Cuando se revela, cuando acepta su orfandad retórica, queda expuesto su carácter necesario. La forma final es quizá un fraseo, pero un fraseo teñido del ocio del intérprete, nada pegadizo ni fácil.


La poesía de Lamborghini interpela de inmediato por lo hipnótica y fronteriza. Sus poemas buscan recrear una perplejidad en la relación con el lenguaje y, por ende, con el mundo, a través de ese detenerse y entrecortarse, permitiendo una experiencia microscópica inscripta en el presente por velocidad y materialidad, por su llamar la atención sobre lo que es posible experimentar en una sílaba. A la vez, exigen asumir el espesor histórico de la lengua y el fantasma constante de su relación con el “afuera”, bajo el paradójico gesto de trabajar descontextualizando, cruzando archivos, incluso olvidando”, no sabiendo, acumulando distorsión. En su remisión a partículas elementales, en su llamado de atención materialista sobre el lenguaje, gesto que espacializa y permite ver de qué frágil materia está hecho el poema, las reescrituras también se cargan de sentido al máximo y oscilan entre la irrisión crítica y la intensificación pasional constituyendo una suerte de estilo mutante, con un conjunto de rasgos característicos que, a la vez, se niegan a establecerse del todo.

leónidas Lamborghini - Las reescrituras - Mansalva

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Las reescrituras de Leónidas Lamborghini acentúan la pasión paródica, la multiplican y, como ese eterno regreso de reputación filosófica que el poeta ni consulta, la distorsionan. Para lograrlo, el estilo de Leónidas Lamborghini permanece de espaldas. No nos sonríe desde los usos protocolares –ese apretón de manos de los estilos calcificados por la confianza- ni nos asombra a partir del suministro de exactitudes adjetivales que avanzan sobre nosotros con rigor marcial. El estilo subyace, parpadea, gusta de ocultarse. O de mimetizarse. Operación nocturna e iluminada. Cuando se revela, cuando acepta su orfandad retórica, queda expuesto su carácter necesario. La forma final es quizá un fraseo, pero un fraseo teñido del ocio del intérprete, nada pegadizo ni fácil.


La poesía de Lamborghini interpela de inmediato por lo hipnótica y fronteriza. Sus poemas buscan recrear una perplejidad en la relación con el lenguaje y, por ende, con el mundo, a través de ese detenerse y entrecortarse, permitiendo una experiencia microscópica inscripta en el presente por velocidad y materialidad, por su llamar la atención sobre lo que es posible experimentar en una sílaba. A la vez, exigen asumir el espesor histórico de la lengua y el fantasma constante de su relación con el “afuera”, bajo el paradójico gesto de trabajar descontextualizando, cruzando archivos, incluso olvidando”, no sabiendo, acumulando distorsión. En su remisión a partículas elementales, en su llamado de atención materialista sobre el lenguaje, gesto que espacializa y permite ver de qué frágil materia está hecho el poema, las reescrituras también se cargan de sentido al máximo y oscilan entre la irrisión crítica y la intensificación pasional constituyendo una suerte de estilo mutante, con un conjunto de rasgos característicos que, a la vez, se niegan a establecerse del todo.

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