Para los protagonistas de estos cuentos, en su mayoría mujeres y niños, las demás personas, así como el mundo animal y los fenómenos naturales, son a la vez un espejo de sus comportamientos y sus reacciones, y una fuente de peligros omnipresentes, atávicos. Desde “Sobras”, donde el padre de la amiga de la narradora tiene por mascota a un yacaré, hasta “Triste reino animal”, que narra el affaire de una actriz madura con un sonidista mucho más joven, pasando por la madre estupefacta de “Plantas sin tutor” o por el marido atrapado en un shopping de “El cielo es siempre fondo”, planea sobre los personajes un aire de acechanza que los obliga a mantener un estado de alerta constante, como el de un animal en la selva.
Autora de Los accidentes y El día que apagaron la luz, Camila Fabbri ofrece un conjunto de cuentos que se destacan por su crudeza y su ritmo desasosegante. En todos ellos late un conflicto que no se explicita pero que va acumulando tensión de uno en otro. Y, sin embargo, pese a la fragilidad humana que evidencian, la posibilidad de renovarse y sobrevivir es tan real como la magnitud de las amenazas.
Para los protagonistas de estos cuentos, en su mayoría mujeres y niños, las demás personas, así como el mundo animal y los fenómenos naturales, son a la vez un espejo de sus comportamientos y sus reacciones, y una fuente de peligros omnipresentes, atávicos. Desde “Sobras”, donde el padre de la amiga de la narradora tiene por mascota a un yacaré, hasta “Triste reino animal”, que narra el affaire de una actriz madura con un sonidista mucho más joven, pasando por la madre estupefacta de “Plantas sin tutor” o por el marido atrapado en un shopping de “El cielo es siempre fondo”, planea sobre los personajes un aire de acechanza que los obliga a mantener un estado de alerta constante, como el de un animal en la selva.
Autora de Los accidentes y El día que apagaron la luz, Camila Fabbri ofrece un conjunto de cuentos que se destacan por su crudeza y su ritmo desasosegante. En todos ellos late un conflicto que no se explicita pero que va acumulando tensión de uno en otro. Y, sin embargo, pese a la fragilidad humana que evidencian, la posibilidad de renovarse y sobrevivir es tan real como la magnitud de las amenazas.