En 1997, Werner Herzog viajó a Tokio para dirigir una ópera. Allí le preguntaron: ¿A quién te gustaría conocer? Respondió al instante y sin dudar: A Hiroo Onoda. Onoda era un exsoldado famoso por haber defendido, algo quijotescamente, una isla en Filipinas durante décadas, incluso después del término de la Segunda Guerra Mundial, sin saber que la contienda había terminado. Herzog y Onoda desarrollaron una relación instantánea y se reunieron muchas veces. Este libro es el resultado de esas reuniones. A fines de 1944, en la isla de Lubang, con las tropas japonesas a punto de retirarse, Onoda se quedó rezagado en el campo de batalla y, durante años, continuó librando una guerra ficticia, como el personaje de una delirante novela. En El crepúsculo del mundo, Herzog imagina e inmortaliza esos años de lucha absurda pero épica, con un estilo inimitable e hipnótico, en parte documental, en parte poema y en parte sueño, que los fanáticos de sus películas reconocerán al instante. El resultado final no podría superar a la mejor de las novelas: una meditación brillante sobre el propósito y el significado que le damos a nuestras vidas.
En 1997, Werner Herzog viajó a Tokio para dirigir una ópera. Allí le preguntaron: ¿A quién te gustaría conocer? Respondió al instante y sin dudar: A Hiroo Onoda. Onoda era un exsoldado famoso por haber defendido, algo quijotescamente, una isla en Filipinas durante décadas, incluso después del término de la Segunda Guerra Mundial, sin saber que la contienda había terminado. Herzog y Onoda desarrollaron una relación instantánea y se reunieron muchas veces. Este libro es el resultado de esas reuniones. A fines de 1944, en la isla de Lubang, con las tropas japonesas a punto de retirarse, Onoda se quedó rezagado en el campo de batalla y, durante años, continuó librando una guerra ficticia, como el personaje de una delirante novela. En El crepúsculo del mundo, Herzog imagina e inmortaliza esos años de lucha absurda pero épica, con un estilo inimitable e hipnótico, en parte documental, en parte poema y en parte sueño, que los fanáticos de sus películas reconocerán al instante. El resultado final no podría superar a la mejor de las novelas: una meditación brillante sobre el propósito y el significado que le damos a nuestras vidas.